Si algo está siendo cuestionado en este cambio de era, es la economía. El capitalismo agoniza ya irreconocible, con los bancos intervenidos, el capital convertido en una ficción y los mercados abiertamente manipulados.
Lo que está ahora mismo implosionando toma como fecha fundacional simbólica la Inclosure Act de 1801 en Inglaterra. Allí se estableció el principio de propiedad absoluta de la tierra, por la que ya venía abogando Jovellanos desde 1795 en su Informe en el expediente de la Ley Agraria, que luego se extendió a todo lo demás. El principio de propiedad absoluta acaba con el sistema del Antiguo Régimen en el que uno tenía el mayorazgo, con derecho a cobrar el arriendo pero no a vender las tierras, el otro tenía el usufructo, que le aseguraba que no lo podían echar si pagaba el arriendo, el otro un derecho de paso, por el que nadie le podía impedir pasar, y el otro tenía hasta derecho a meter sus ovejas a pastar. La propiedad agraria era una suma de derechos en varias capas, y había un porcentaje grande de bienes comunales, que fueron luego expropiados y privatizados.
Este principio de propiedad absoluta se extiende a todas las empresas durante el desarrollo industrial y consagra el control total de estas sociedades por parte del accionista mayoritario. Y este principio es, de manera muy obvia, el culpable de las extremas desigualdades y la acumulación de recursos en pocas manos que ha caracterizado todo el periodo.
El otro rasgo característico del capitalismo es la desregulación del crédito, que genera unas burbujas y un crecimiento ficticio para acabar luego en unas crisis que convulsionan la sociedad. Todas las llamadas burbujas bursátiles han sido en realidad burbujas de crédito. Ya desde el Pánico de 1825, lo que hay es una cadena de impagos después de que el multiplicador bancario haya inflado de manera aberrante la masa monetaria. A este primer crash le siguieron la Larga Depresión de 1873, la Gran Depresión de 1929, la Crisis Financiera de 2008 y la actual, que pienso que va a ser la última. Siempre ha ocurrido lo mismo: han ido inflando e inflando hasta que todo se ha caído. Marx, que nunca entendió el crédito, hablaba de "crisis de sobreproducción". No hay tal. Lo que hay es una combinación de multiplicador bancario y crédito desregulado.
El tercer gran pilar del capitalismo ha sido el mito de la "libre competencia", que sólo ha existido para las pymes miserables, porque las empresas grandes han formado cárteles o han puesto el famoso "foso" de Warren Buffett. Las empresas ahora mismo más prósperas y que más crecen son las tecnológicas, y en estas empresas no hay competencia, forman monopolios de facto.
Entonces, pienso que estos tres pilares van a mutar en pocos años en algo completamente distinto, y lo desgloso de esta manera:
Las empresas van a ser una combinación de derechos de accionistas, directivos, trabajadores y clientes. Como se prevé que las empresas más grandes crezcan más y formen monopolios, porque la inteligencia artificial y el big data darán ventaja competitiva a las empresas grandes frente a las pequeñas, el Estado regulará a estos gigantes de modo que los trabajadores vayan adquiriendo derechos hasta que tengan la vida mínimamente asegurada, con seguridad en el empleo, seguro de salud, jubilación e incluso capacidad de decisión. La forma de estas grandes corporaciones de captar talento tendrá más que ver con el modo de vida que ofrezcan a largo plazo que con la estricta remuneración. Pongamos el ejemplo de Google y sus campus.
A no mucho tardar sacarán el bitdólar, que equivaldrá en un principio a un dólar fiduciario pero que tendrá una masa monetaria totalmente rígida. Y al listo que quiera dar un crédito le dirán que descuente esa cifra de su monedero, de modo que un dólar no pueda estar en dos sitios al mismo tiempo. Con esto, el crecimiento económico será lineal. No creo que las empresas del futuro sean muy intensivas en capital, su capital será la inteligencia. En todo caso, ahora mismo el 70% del crédito de los bancos españoles son hipotecas. La financiación de las empresas no se apalanca, ni de lejos, tanto como la esclavitud del proletariado.
No se va a tolerar más la duplicidad de recursos ni la precarización del empleo que supone la libre competencia. Habrá muchas menos empresas, y esas empresas serán realmente gigantes monopolísticos. Todo acabará concentrado en manos del que tenga los datos, porque de eso se tratará. Esas organizaciones se disputarán el talento y harán planes de formación en cualquier país y en cualquier clase social. El Estado ya no intentará impedir los monopolios sino regularlos bien.
Esta economía, que se está ya perfilando y que no puede llamarse en ningún caso capitalismo, permitirá una vida más tranquila, una extensión ya total de la globalización (con lo que se cortarán los flujos migratorios) y una optimización del recurso natural más desaprovechado del mundo, que es la inteligencia humana.
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