15 de enero de 2022
Mi análisis de 'Entre visillos'

Entre visillos es una novela de Carmen Martín Gaite que ganó el Premio Nadal en 1957 y que ahora vive una especie de segunda juventud porque es lectura obligatoria para los alumnos que hacen la Selectividad en la Comunidad Valenciana.

Esta novela está dentro de la corriente del realismo social que inició su marido Rafael Sánchez Ferlosio con El Jarama.

Lo primero que no queda claro en la narración es la fecha de la acción, porque no la dice. Por la fecha de la publicación, puede pensarse que retrata la Salamanca de los años 50, pero el hecho de usar claramente a la protagonista Natalia, que tiene en la obra 16 años, como su alter ego, sabiendo que la autora nació en 1925, hace pensar más en los años 40. La misma Martín Gaite, en un programa de televisión de 1982, dice:

Antes de la plaza de Los Bandos está la de la Libertad, con la fachada trasera del casino. Aquí veníamos las chicas casaderas a alternar. Había baile los jueves y los domingos por la tarde. Aquí me puse yo de largo en los años 40. Es un ambiente que he recogido en mi novela Entre visillos.

Entonces, queda bien claro que la novela es abiertamente autobiográfica y que su acción transcurre durante el otoño de 1941 en Salamanca.

Así que hay en el libro un gran elefante en la habitación que es la guerra y la represión franquista. De esto no se dice ni palabra, tal vez se puede intuir por el hecho de que el director del instituto esté muerto y nadie pregunte de qué, o en el personaje de Miguel, el novio de Julia, del que el cura dice que tiene un corazón "tibio y endurecido". Salamanca no sufrió ni bombardeos ni combates por las calles, se mantuvo desde el principio en el bando franquista, pero a más de uno se lo llevaron al frente y no volvió.

Cualquier referencia a la guerra hubiese hecho que la novela no pasase la censura, esto es obvio, pero cuando se comenta el aburrimiento y la reducción de opciones de futuro en estas niñas bien del bando vencedor, hay que tener en cuenta que a pocos kilómetros se andaban llenando las cunetas de chicos de su misma edad a base de tiros en la nuca.

Yo supongo que, siendo ya Salamanca de antes de la guerra una ciudad con mucha presencia de la Iglesia, sobre todo de los jesuitas, después de la guerra la presión religiosa aumentó aún más. Esto sí que se refleja directamente en la novela, sobre todo cuando explica cómo las aulas de educación laica que había habido durante la República, dentro de un edificio propiedad de los jesuitas, habían sido reemplazadas casi totalmente por la educación religiosa. Ya supongo que no había nadie que quisiese en aquellos años ser señalado como "el rojo" y andaba todo el mundo apuntando a los hijos a colegios de curas. También hay que tener en cuenta que los profesores de la República fueron exterminados en el frente en una buena parte, mientras que los curitas supieron estar a salvo.

Carmen Martín Gaite estudió en el Instituto Femenino de Salamanca, que no era de tan altos vuelos como el Instituto-Escuela de Madrid, adonde había ido su hermana mayor, pero en el que daban clase Rafael Lapesa y Salvador Fernández Ramírez, dos académicos de la Lengua.

En 1981 concede Martín Gaite una entrevista a Joaquín Soler Serrano en el programa A fondo, de RTVE, y dice de Entre visillos:

Esta novela creo que plasma muy bien, con bastante fidelidad (sin yo darme cuenta, porque entonces lo tenía muy reciente), toda la vida de las chicas casaderas provincianas en esos años. Hasta tal punto que creo que es una novela que tiene ahora mucho más valor de testimonio que entonces lo tuvo. Hace unos años, cuando la pusieron en televisión […], me contaban que había muchas señoras que estaban pegadas a la televisión esperando el capítulo siguiente porque creían que les estaba contando su vida. Señoras que en estos años tenían 50 años en el año 73 y que habían sido jóvenes más o menos cuando lo había sido yo, o un poco después o un poco antes, todo eso les decía mucho, mucho más que cuando yo publiqué la novela, que como todavía eran jóvenes no veían tanto el reflejo y los cambios. Es decir, ahí se cuenta mucho la forma de relación de los hombres con las mujeres, si llegaban tarde o temprano, el baile de los boleros. Es un poco un testimonio, con un argumento que no está mal construido, pero sobre todo es el valor testimonial que tiene hoy día. El instituto, las chicas que parece que las han preparado desde niñas para que se tengan que casar…

Entonces, la interpretación de la novela queda bastante clara y no parece que haya ningún ánimo maniqueísta ni mensaje político, sí que hay un ángulo distinto que no aparece ni en La colmena ni en El Jarama.

Otro comentario más hace Martín Gaite en 1996 en una entrevista en EEUU:

Yo pienso que las chicas de provincias existen todavía, es decir, la chica de provincias que ha sido educada para ser madre y para saber hacer feliz a un hombre existe todavía en algunos lugares, y no voy a decir que sea una desgracia que exista si eso está enriquecido con una serie de opciones a la cultura y al mundo del conocimiento, y sobre todo si se ha casado con un hombre que la comprende. A mí que una mujer sepa coser y que le gusten los hijos, en caso de que los tenga, me parece una bendición. No abomino de ese género. Tampoco abomino de la mujer que se realiza y que sabe lo que quiere, pero si una mujer decide casarse y tener hijos me parece lo más bonito del mundo que lo tome como el juego más bonito y que lo sepa hacer con alegría. […] De todas formas, el mundo que yo viví en Entre visillos, como su propio nombre indica, era un mundo muy cerrado.

Para mí, lo más interesante de la novela es el estilo, Martín Gaite es una estilista que maneja tanto el narrador objetivista típico del socialrealismo como una narradora intimista y lírica en primera persona, aparte de la representación del habla real en los diálogos, en los que es una maestra. No hay tantos escritores que sean capaces de cambiar tanto de estilo.

Martín Gaite define su estilo en el discurso de aceptación del Premio Principe de Asturias:

Buscar siempre la expresión inteligible, que los demás entiendan de verdad lo que uno dice, lo que uno quiere decir si es que quiere decir algo. Afilar la palabra, no perderle la cara, no prostituirla, no dilapidarla, cuidarla como un tesoro, no hablar por hablar.

Tiene mucho valor esa opinión de Martín Gaite en 1988, cuando la figura emergente del momento era Muñoz Molina, que había publicado ya Beatus Ille y El invierno en Lisboa en un estilo más bien retórico y verborreico. Esto no sólo lo hacía Muñoz Molina, también era muy típico de Umbral, y no digamos de Vargas Llosa, entre muchos otros. Martín Gaite tiene un estilo depurado y contenido, muy salmantino, muy de Fray Luis.

En cuanto a los personajes, aunque parece una novela de mujeres, hay un equilibrio entre los masculinos y los femeninos. Hay cuatro personajes femeninos relevantes (Natalia, Julia, Elvira y tía Concha) y cuatro masculinos (Pablo, Miguel, Emilio y el padre de Natalia).

Natalia es alter ego de la autora y el hilo conductor, una muchacha de 16 años un poco rebelde e inadaptada que tiene inquietudes culturales y que no se ve casada como las otras chicas de su entorno. Siente un cierto amor platónico por Pablo Klein, su profesor de alemán, más que nada porque ve a Klein como una puerta hacia la libertad. Tiene este personaje algo de la Lulú de Baroja, pero está muy bien dibujado. Sobre todo cuando habla en primera persona, tienen sus comentarios la subjetividad y también esa mala leche femenil, cosa que los autores masculinos no pueden retratar bien.

Julia es una especie de marioneta presionada por dos hombres: su novio Miguel, que quiere llevársela a Madrid, y su padre, señor conservador y adinerado que no aprueba la unión. Aparte, hay un cura también manipulando que le dice que se olvide de Miguel, que es un chico con el corazón "tibio y endurecido". Natalia, siendo 11 años más joven que Julia, influye en ella y le dice: "Si te vas a casar con Miguel, haz lo que él te pida. A él es a quien tienes que dar gusto". Al final, esta muchacha se atreve a marcharse a Madrid, que me imagino que sería el Madrid de La Colmena, a convivir sin haberse casado. Esto en Salamanca en 1941 era una ofensa bastante grave para la familia.

Elvira es la hija del director del instituto muerto. Ésta es una sinvergüenza que al enamorado Emilio le da largas, no le dice ni que sí ni que no, pero que a la más mínima tiene besuqueos con Pablo Klein y al final hasta lo asalta en la pensión buscando sexo cuando ya le ha dicho al cornudo Emilio que sí que se quiere casar. El entorno de muchachas casaderas sabe algo de esto y ya va murmurando, pero a ella le da igual. Al final, como suele pasar en estos casos, Klein la rechaza. Es un personaje claramente negativo e hipócrita, otra cosa es que la crítica feminista esto no lo quiera ver.

Tía Concha aparece muy poco, aunque su influencia es grande en la familia de Natalia. Es la matriarca represora, tiene algo de Bernarda Alba, aunque sin tanto histrionismo. Hay un momento en el que Natalia va a ver a su padre y le dice: "Que nos volvemos mayores y él no lo quiere ver, que la tía Concha nos quiere convertir en unas estúpidas, que sólo nos educa para tener un novio rico, y que seamos lo más retrasadas posible en todo, que no sepamos nada ni nos alegremos con nada, encerradas como el buen paño que se vende en el arca y esas cosas que dice ella a cada momento". De modo que, en esta novela, la represión de las chicas jóvenes la ejercen mujeres mayores, no hombres.

Entre los personajes masculinos, el más destacado es Pablo Klein, que representa al intelectual más cosmopolita, que ha estado en ciudades europeas y que disrumpe el mundillo provinciano. Este personaje está idealizado y no muy logrado, como narrador en primera persona es tan objetivista y robótico como el narrador en tercera persona. Parece que ni siente ni padece. Así habla de Elvira: "Este primer día conocí a la madre, y a ella apenas la vi unos instantes porque en seguida se fue de la habitación, pero fue lo suficiente para comprender que algo estaba aún pendiente entre nosotros y que yo la volvería a desear, como la tarde del río y la vez que la besé en su cuarto". Le dan un trabajo precario como profesor de alemán en el instituto al que va Natalia y entabla cierta amistad con ella. Cuando llega diciembre, el director le dice que sus métodos pedagógicos no funcionan y que tiene que usar un libro de texto, y ahí él se despide y toma un tren para Madrid. Supongo que Klein había huido de España durante la guerra y que su deseo era volver a Madrid cuando todo se normalizase.

Miguel es un personaje interesante porque tiene una actitud dominante y despegada con su novia Julia, pero Natalia lo defiende y al final es el único que consigue lo que quiere. Se planta el tío de repente en Salamanca de visita, pero no quiere ni saludar al padre de Julia y evita también a su grupito de amigas. Le dice a Julia que si no espabila dejará la relación, que no va a estar aguantando desprecios del suegro y que puede buscarle un trabajo en Madrid para convivir antes de casarse. Es claro que, si tenía este personaje unos 30 años en 1941, había estado en la guerra, por eso el cura lo llama "tibio y endurecido". Pero al final Julia prefiere a este tipo duro, probablemente un camisa vieja falangista (como el suegro de la autora), por encima de los curitas salmantinos y se va a Madrid a vivir con él sin el permiso del padre.

Emilio es lo contrario de Miguel, es el "hombre blandengue" (como lo llamaría El Fary), un joven sin carácter manejado por su familia, que prepara oposiciones a notarías y está muy enamorado de Elvira, aunque ella le va dando largas y lo mantiene en espera. Este chico se hace bastante amigo de Pablo Klein y le cuenta sus problemas con su "novia". Klein le dice que no se arrastre tanto, que mantenga la distancia. Él le hace algo menos de caso y Elvira comienza a dudar y respetarlo un poco más, hasta que acepta el matrimonio con él como segunda opción, porque prefería a Klein, al menos a un nivel sexual.

El padre de Natalia aparece poco, simplemente es una figura bondadosa que ha delegado su autoridad en su hermana Concha. Natalia lo presiona para que las hijas tengan más libertad, y él simplemente esquiva las preguntas. Su hija dice: "No he conseguido que nos entendamos, he visto que es imposible y también toda su cobardía".

De modo que en la novela tenemos dos hombres fuertes, como son Klein y Miguel, que reciben el amor de las mujeres, y dos hombres débiles y apocados que reciben el desprecio, los cuernos y la desobediencia.

No hay en la novela un argumento propiamente dicho, pero sí una serie de conflictos que se resuelven parcialmente al final. Julia es la que hace un cambio mayor, porque rompe con su padre y se traslada a Madrid. Klein simplemente pasa unos meses en Salamanca y se traslada a Madrid a buscar otro empleo. Elvira dice que se casará con Emilio, pero no sabemos si al final lo hará o aparecerá otro candidato mejor.

Natalia es la que protagoniza el final, cuando va a la estación de tren a despedir a su hermana y se encuentra con Klein, que también se marcha. La muchacha se queda en el andén despidiéndose y llorando, una situación un poco como la de Mel Gibson al final de Mad Max. El tren parte hacia la libertad y ella allí se queda.

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© A. Noguera